3.4 Análisis y diagnóstico cultural / territorial
por Mercedes Giovinazzo y Antonio Gucciardo
El objetivo de este capítulo ha sido, por una parte, describir a grandes rasgos las dimensiones políticas, económicas y sociales en el que debe inscribirse un proyecto cultural de ámbito territorial y, por otra, el de ofrecer algunas de las pautas que se pueden aplicar a la hora de proceder a una evaluación y diagnóstico territorial para la implementación de un proyecto cultural.
El conocimiento del territorio de intervención, así como de los factores endógenos y exógenos que lo caracterizan, es determinante para el diseño de todo proyecto en ámbito cultural. Asimismo, dicho conocimiento es fundamental a la hora de establecer la viabilidad de un proyecto cultural. Por extensión, es también esencial puesto que, indirectamente, el proyecto puede contribuir al desarrollo sostenible de la comunidad territorial de referencia. En pocas palabras, un proyecto cultural sostenible desde un punto de vista territorial ha de ser entendido como uno de los factores que, a su vez, permiten anclar una política de desarrollo sostenible como se ha indicado en la introducción: por ello, el diagnóstico territorial debe considerarse como preliminar a una buena estrategia de desarrollo, no sólo cultural sino general.
1. Cultura y territorio
En los años ’80 se inicia el estudio y análisis sobre el rol de las administraciones subestatales en el proyecto de integración europeo. El Consejo de Europa (coe.int) lidera este proceso en el marco de varios proyectos que culminan, entre otros, con el reconocimiento del rol fundamental que las entidades territoriales asumen en el diseño e implementación de las políticas de desarrollo y gestión: en la Declaración de Florencia se explicita que «las responsabilidades culturales de las regiones son esenciales para garantizar la implementación de las políticas culturales» y, más específicamente, que éstas deben contribuir a una mayor solidaridad a través de una planificación integrada para posicionarse como actores principales del desarrollo. Si bien en este caso el texto citado se refiere únicamente a las regiones, es preciso subrayar que la tesis defendida es ampliable a otros estamentos territoriales.
En el año 2004, en el marco de la red de Ciudades y Gobiernos Locales Unidos – CGLU (agenda21culture.net) se aprueba el texto de la Agenda 21 de la cultura en el que se explicita que «las ciudades y los espacios locales son un marco privilegiado de la elaboración cultural en constante evolución y constituyen los ámbitos de la diversidad creativa, donde la perspectiva del encuentro de todo aquello que es diferente y distinto (procedencias, visiones, edades, géneros, etnias y clases sociales) hace posible el desarrollo humano integral. El diálogo entre identidad y diversidad, individuo y colectividad, se revela como la herramienta necesaria para garantizar tanto una ciudadanía cultural planetaria como la supervivencia de la diversidad lingüística y el desarrollo de las culturas».
Algunos años más tarde, CGLU formula la necesidad de tomar en cuenta a la cultura como «cuarto pilar del desarrollo sostenible» junto a las que, desde los años 1980, son consideradas como las otras dimensiones clásicas del mismo – el crecimiento económico, la inclusión social y el equilibrio medioambiental y que el Informe Bruntland (www.un.org) estableció debían ser los elementos a incluir en toda estrategia de desarrollo local, nacional y global y que, posteriormente, la Cumbre de la Tierra, celebrada en Rio de Janeiro en 1992, consagró definitivamente. En este marco, en 2010 CGLU sostiene que la cultura debe ser parte integrante de los procesos de desarrollo, puesto que «la cultura al fin y al cabo moldea lo que entendemos por desarrollo y determina la forma de actuar de las personas en el mundo» y que, aunque se deban seguir desarrollando los «sectores culturales propios, a saber: patrimonio, creatividad, industrias culturales, arte, turismo cultural», es necesario abogar «para que la cultura sea debidamente reconocida en todas las políticas públicas, particularmente en aquellas relacionadas con educación, economía, ciencia, comunicación, medio ambiente, cohesión social y cooperación internacional.».
Entre los principios defendidos como esenciales para un desarrollo sostenible, en la Declaración de Río arriba mencionada (www.un.org) se destacan la erradicación de la pobreza y la calidad de vida. En lo que a ésta última se refiere, la Estrategia Española de Desarrollo Sostenible indica que, a su vez, está compuesta por varios elementos, todos ellos de gran importancia: «el bienestar social, entendido en los términos clásicos de satisfacción de las necesidades y derechos al empleo, la salud y la educación; la calidad ambiental, referida a las condiciones del medio, tanto natural como construido, que comprende la vivienda, el entorno urbano, el entorno natural, o las exigencias de calidad del aire, agua, etc.; y la identidad cultural, como oportunidad para el desarrollo social, cultural y político de cada individuo de acuerdo con su propia opción, disponiendo para ello de posibilidades de participación, de decisión y de establecimiento de relaciones sociales (www6.gencat.net).».
También en 2010, la Comisión Europea pública un estudio (ec.europa.eu) sobre la contribución de la cultura al desarrollo local y regional; dicho estudio analiza en profundidad la aportación de la cultura, en un abanico de tiempo que abarca los dos últimos septenios de programación presupuestaria de la Unión – es decir del 2000 al 2006 y del 2007 al 2013 al desarrollo local y regional, sobre todo en el marco de los Fondos estructurales. El estudio concluye que existe una tipología de actividades para el desarrollo basadas en la cultura y un modelo integrado para el desarrollo local y regional basado en la cultura. Para este último se dice que, aunque no existe una única manera de abordar una estrategia basada en la cultura, existen, sin embargo, factores de éxito:
- el liderazgo político que implica que haya un claro compromiso por parte de las autoridades competentes así como una estrategia de apoyo;
- la estructura física adaptada al contexto y la disponibilidad de competencias son esenciales para generar un sentimiento de dirección;
- el éxito a largo plazo se sustenta en un impacto inicial fuerte y se consigue apoyándose tanto en las fortalezas pre-existentes y nuevas como en una capacidad de ajustarse a las necesidades asegurándose que dichos procesos sean monitoreados y evaluados;
- las contribuciones desde la cultura a la estrategia de desarrollo deben ser constantemente revisadas y reforzadas para responder a las nuevas oportunidades a medida que éstas vayan apareciendo;
- es necesario apoyar, asesorar y formar adecuadamente el sector empresarial;
- el éxito debe ser gestionado, con frecuentes procesos de revisión y de adaptación.
El estudio subraya también que «la estrategia basada en la cultura debe ser apoyada y reforzada con y desde otros aspectos de una estrategia integrada de desarrollo por parte de autoridades territoriales«.
2. Cultura y desarrollo económico
Sin embargo, actualmente, probablemente el ámbito más debatido y analizado en lo que concierne a las políticas públicas es el que atiene a la vinculación de la cultura con el desarrollo económico y la creación de empleo.
En sus varias fases de evolución, desde la perspectiva económica, la cultura ha sido percibida de formas distintas. En la economía pre-industrial la cultura era, básicamente, una actividad gobernada por la economía del «regalo», es decir, del mecenazgo. Durante el periodo de la economía industrial la cultura da lugar a la industria cultural, desarrollando sus propios mercados culturales e impulsando la creación de las empresas culturales. Finalmente, en la época post-industrial la cultura se constituye como plataforma fundamental para la construcción de identidades y, por lo tanto, se vuelve un bien público y no sólo particular.
En el marco de los trabajos de la Comisión Europea, y culminando con la Agenda europea para la cultura, se trabaja la cuestión de la aportación de la cultura —y, en particular, de las industrias culturales y creativas— al desarrollo y al proyecto de construcción europeo. Este proceso de estudio tiene uno de sus puntos conclusivos en la publicación en el 2010 del Libro verde sobre el potencial de las industrias culturales y creativas, texto que marca una contribución desde el sector de la cultura a la agenda Europa 2020.
En este proceso uno de los documentos clave, que analiza los nuevos procesos culturales relacionados con la economía y la industria, es el Informe KEA. Este informe se centra en la definición del concepto de la creatividad cultural, abarcando los procesos de la producción artística y cultural o actividades con naturaleza innovadora, así como los logros artísticos o «contenidos creativos» en los que se basan las redes o equipamientos electrónicos.
Con el objetivo de permitir de medir de forma más precisa el impacto económico y social, directo e indirecto, de la cultura y la creatividad, el informe delinea el sector cultural y creativo por círculos, sectores y sub-sectores: las artes visuales, las artes escénicas y el patrimonio forman el principal círculo de las actividades artísticas, por lo tanto, poseen un carácter no industrial y su producto es especialmente creativo. El primer círculo incorpora las industrias culturales destinadas a la producción masiva, refiriéndose a tales sectores como el cine y el video, la televisión y la radio, la música, los libros y la prensa. El segundo círculo abarca las industrias creativas y las actividades que no necesariamente son industriales, pero que usan la creatividad para generar productos, como pueden ser el diseño, la arquitectura o la publicidad. Por último, el tercer círculo incluye a las industrias relacionadas con varios de los distintos sectores económicos dependientes de los círculos anteriores como, por ejemplo, los productos de las tecnologías de la información y de la comunicación.
Asimismo, el análisis de impactos de los sectores culturales y creativos en el desarrollo económico ha distinguido entre los distintos niveles: desde los impactos directos, tales como la creación de empleo, el peso del sector cultural y creativo en el PIB, entre otros, pasando por los impactos indirectos, como los efectos que deja algún evento o equipamiento cultural en los comercios o servicios que se encuentran en su alrededor, y, finalmente, llegando a los efectos más generales sobre la economía, que pueden ser más difíciles de contabilizar, como la mejora de la imagen de un lugar específico y la atracción de inversiones y talento, entre otros.
El investigador italiano Per Luigi Sacco analiza la correlación directa entre la participación cultural de la población y el índice de innovación en una sociedad y ha identificado una serie de factores fundamentales para explicar el éxito de los procesos de desarrollo local:
- la calidad de la oferta cultural, de la producción del conocimiento y de la gobernanza local;
- el desarrollo del talento y emprendimiento local;
- la atracción de talento y de empresas/inversores externos;
- el networking o trabajo en red tanto interno como externo;
- la socialización de la gestión cultural, que incluye la capacitación e implicación de la comunidad local.
Estos factores se pueden cruzar con otros 5 factores claves: el capital natural, el capital físico, el capital humano, el capital social y el capital simbólico.
Hoy en día se debe ver la cultura como un factor de innovación basado en la conexión entre distintos sectores que abre las posibilidades y facilita la conexión entre diferentes procesos productivos. La creatividad cultural está vinculada a la habilidad de las personas, especialmente los artistas, de pensar de forma imaginativa y metafórica, así como simbólica y efectiva, a la hora de comunicar y transmitir las ideas.
3. Cultura y desarrollo social
Aunque la relación entre cultura y desarrollo económico tiene un peso preponderante en la definición de políticas públicas, en los últimos años la atención ha vuelto a centrarse también en el aspecto relacionado con la cohesión social y comunitaria, subrayando la importancia de la participación cultural, el fortalecimiento de las relaciones sociales, la mejora del bienestar y de la seguridad, entre otros.
En parte, esta atención ha sido derivada de la constatación de las limitaciones del modelo economista que tiende a centrarse mayormente en aspectos financieros más que en la economía en el sentido más amplio y relacionado, por ejemplo, con la gestión de los recursos de una sociedad y que, en la mayoría de los casos, ignora el verdadero propósito de las artes y la cultura que es el de contribuir a una sociedad estable, segura y creativa.
Los retos a los que se enfrentan las ciudades hoy en día no se reducen solamente a los aspectos económicos y de cohesión social, sino también a la inmigración, la formación continua y el acceso a los recursos de información, entre otros. En este sentido, la comprensión de fenómeno como la «exclusión social» se realiza cada vez desde múltiples factores, tales como los recursos económicos, el impedimento al acceso a las oportunidades laborales, la renta o la educación. Los factores culturales pueden contribuir a la lucha contra la exclusión social, potenciando a la cultura en los espacios públicos y fomentando la expresión de distintas culturas en dichos espacios. Por otro lado, la inclusión social se puede promover a través de las prácticas artísticas o culturales que contribuyen a la mejora del bienestar personal, al desarrollo de las aptitudes que luego facilitarán las relaciones sociales y la inserción laboral. En ambos casos, la cultura interviene desde una doble dimensión, como factor de creación de identidad y como factor que estimula la creación y la participación.
La idea de la participación cultural, o de la participación en la cultura, se sustenta en los principios de derecho e igualdad y, desde un punto de vista de políticas públicas, se entiende que la participación cultural puede ser beneficiosa y puede contribuir a la regeneración de los barrios urbanos, generando mejoras significativas en ámbitos como el de la salud o en labores de mejora de índices de delincuencia, empleo y educación. En este sentido, los principales argumentos que explican la relación entre cultura y cohesión social pueden abarcar:
- la dimensión del desarrollo personal que incluyen la mejora de la motivación, la autoestima, las habilidades, las capacidades de expresar las inquietudes propias, etc.;
- las relaciones interpersonales que pueden fortalecer las redes de cooperación, esferas sociales o políticas;
- el fortalecimiento de la participación en esferas sociales y políticas;
- la mejora del entorno y de su apreciación, como por ejemplo, sintiendo apreciación del entorno físico, la propia contribución a la decoración del entorno físico.
En cuanto a los ámbitos educativos o sociales, las actividades culturales desarrollan las capacidades y provocan los efectos positivos en el bienestar personal. A través del arte y de la cultura se pueden mejorar la comunicación de prácticas saludables y llegar a ciertos colectivos. En el entorno educativo las actividades artísticas potencian la autoestima de los alumnos y su motivación personal, así como diversifican las formas de aprendizaje. En las políticas de empleo, la cultura genera nuevos sectores de trabajo, así como favorece la implicación de los colectivos con dificultades de inserción en el entorno laboral.
Finalmente, parece necesario subrayar la relación sustancial que existe ente cultura y ciudadanía: el desarrollo pleno de la cultura ciudadana a nivel local implica que los ciudadanos puedan ejercer sus derechos en la vida social del territorio y participar como agentes activos en la toma de decisiones. Ello requiere la existencia de varias condiciones previas, como cierto grado de cohesión social, confianza mutua y mecanismos de participación democrática.
4. Análisis territorial
En los últimos años el análisis y el diagnóstico territorial han asumido una creciente importancia como un elemento estratégico para la planificación y la gestión cultural eficaz y sostenible, tanto desde un punto de vista económico pero también desde una perspectiva de la identidad.
El análisis territorial que debe realizarse antes del lanzamiento de cualquier proyecto cultural debe incluir el análisis de dos tipologías de factores:
- factores influyentes en la organización social a nivel local, y
- factores que destacan la calidad y densidad del entorno local.
En la intersección de estas dos coordenadas, se localiza la cuestión de la identidad y, en ella, el territorio local se torna la representación material e inmaterial de la cultura y la identidad.
Según la definición dada por Colin Mercer la metodología que se puede aplicar al conjunto de la información disponible, al tratamiento de los datos y a su interpretación, debe ser el diagnóstico de la situación territorial desde la perspectiva de «la planificación cultural».
Para un análisis completo y exhaustivo, la información que a recopilar debe incluir aspectos socio-demográficos, la descripción del entorno desde la perspectiva del patrimonio, de la cultura y creación, organizada por temas y sectores, así como también por problemáticas comunes y transversales.
Marco Interpretativo
El método de interpretación de la información recopilada debe seguir un marco conceptual que se puede resumir de la siguiente manera:
La estructura arriba detallada es la base para la subdivisión de la información para un análisis y diagnóstico cultural/territorial. Al final del trabajo de investigación, dicha matriz debe proporcionar una síntesis de los factores de caracterización del entorno territorial. Según cuanto indicado en las columnas, se deben determinar algunos factores críticos para cada territorio.
5. Metodología del diagnóstico
El marco interpretativo expuesto anteriormente define unas líneas generales que cada gestor cultural debe seguir para elaborar la caracterización del territorio implicado en un dado proyecto cultural. Conviene destacar que una vez la información haya sido completada con detalle, la parte más importante del trabajo será la del análisis de los resultados del análisis.
El gestor tiene que medir ciertos elementos físicos, las capacidades humanas, los instrumentos políticos, las opciones financieras, y las acciones de marketing y distribución que serán la base para las estrategias de desarrollo de un proyecto cultural.
El diagnóstico territorial de un proyecto cultural tiene por objetivo el de identificar las potencialidades tanto económicas como sociales de dicho proyecto en referencia al patrimonio así como a la industria cultural.
La metodología a aplicar puede seguir «modelos estáticos descriptivos», en lo que refiere a los datos cuantitativos, o bien «modelos de planificación estratégica» para la parte cualitativa y la «determinación de factores clave del diagnóstico». Los métodos, que se pueden encontrar en la bibliografía científica sobre el desarrollo territorial, son una mezcla de análisis multi-variable, enfoques sociales y técnicas cualitativas.
6. Modelo descriptivo de estadísticas
Una gran parte de la información cuantitativa se puede tratar con métodos descriptivos de estadísticas tradicionales —calculando promedios, porcentajes, etc. En lo que refiere a esta parte de la información, el gestor cultural tiene la libertad de interpretar el contexto local con las metodologías más apropiadas.
Sin embargo, en la parte descriptiva que explicará la «cantidad» de los distintos recursos localizados en el territorio, se recomienda aplicar un tipo de Sistema de Información Estadística (SIS) para definir la pertinencia y la calidad de los datos recopilados y, sobre todo, para proponer un grupo de indicadores.
Habrá que individuar el grupo de indicadores de contexto, aplicando los siguientes pasos:
elaboración —con el objetivo de analizar políticas de desarrollo— de los datos dentro de las áreas territoriales específicas (el centro histórico, el municipio, y el área metropolitana) de una manera uniforme con el diseño de modelos de estimación y la conexión entre las series preliminares y finales;
actualización, control, mejora e implementación de los «indicadores claves del contexto» y de las «variables de ruptura» puesto que estas variables pueden representar un sistema de indicadores y serán la base para un proceso de macro- evaluación de los efectos de las acciones a realizar;
creación de nuevos «indicadores claves del contexto» y de nuevas «variables de ruptura» en aquellas áreas específicas que constituyen prioridades locales para el desarrollo cultural a nivel local;
elaboración territorial específica y creación de «indicadores de integración» con una articulación territorial más detallada de la que se está a disposición al momento del análisis.
La aplicación de la metodología de estadísticas y la propuesta de un grupo de indicadores se refieren a la población, al turismo y al patrimonio.
La información relacionada a la industria cultural se debe analizar según unos conceptos esenciales, que incluyen el análisis de la infraestructura disponible y del impacto económico.
Para efectuar el análisis de la infraestructura disponible se puede empezar con la clasificación Colbert que divide los procesos implicados en la industria cultural según su estadio: la creación, la producción, la conservación y la distribución. Puesto que para el desarrollo de un proyecto cultural es oportuno combinar las potencialidades del patrimonio histórico local con los elementos ya presentes en el contexto cultural, se debe adaptar este sistema de clasificación, sobre todo porque se limita a la definición de la industria cultural como un sector únicamente volcado a la reproducción de bienes y servicios culturales. Por ello, y con el fin de ofrecer una interpretación más amplia, poder tomar en cuenta a todo el sector cultural y analizar el funcionamiento del sector cultural en su totalidad, se debe agrupar la información según los procesos de la cadena de valores que, como indicado, prevé las siguientes fases: creación, producción, presentación, y distribución.
Para el análisis del impacto económico de la industria cultural, es necesario medir la tasa de empleo e ingresos de las diferentes áreas del sector cultural. Por otra parte, se aconseja tomar en cuenta la gestión y la propiedad de los diferentes equipamientos culturales, dado que este dato puede ayudar a determinar el nivel de autonomía del sector. Además, se recomiendan las siguientes acciones:
Construir una matriz para distinguir las organizaciones que trabajan en el sector artístico de las empresas culturales, con el fin de clasificar diferentes tipos de industria cultural.
Desde la perspectiva de la estrategia, determinar, según los principios del marketing cultural, las cuatro secciones de la matriz, y distinguir entre empresas orientadas al producto (ejemplos: un conjunto de música de cámara, una compañía de danza contemporánea, o un museo de arte contemporáneo) o al mercado (ejemplos: una productora audiovisual, una empresa de productos artesanales).
Abordar la clasificación de la industria cultural desde una perspectiva de marketing según la producción de las industrias locales. Los pasos clásicos del proceso de marketing, comenzando con la posición de las empresas culturales se debe llevar a cabo con el modelo de la segmentación del mercado cultural que puede servir para analizar el mercado cultural y la posición de los productos.
Seguir las bases de segmentación del mercado, cuando esto sea factible: segmentación demográfica, segmentación social y segmentación según comportamiento, tanto para la población local como para las turistas.
Un sistema de clasificación más precisa basada en las motivaciones que incitan al consumo (necesidades culturales, simbólicas y emocionales,
«>consumo según ritual o relación social,) es también aconsejable.
En el proceso de análisis y diagnóstico territorial puede resultar asimismo apropiado utilizar los índices de creatividad y talento: éstos se basan en los índices de tecnología, innovación, talento y diversidad según la clasificación de Richard Florida. Además, se sugiere proceder a adaptar la definición del índice de tecnología para poder tomar en cuenta aspectos como el nivel de acceso a Internet y a redes de banda ancha para medir el uso que el sector cultural hace de las nuevas tecnologías.
7. Modelo de planificación estratégica
Una gran parte de la investigación debe ir dirigida a analizar las políticas locales con el fin de dinamizar la oferta y para planificar el desarrollo territorial.
Las técnicas a utilizar incluyen: los focus groups y el brainstorming. En las dos técnicas, el gestor cultural será el líder de la discusión y cumplirá su análisis anotando e interpretando los resultados.
Los resultados de los focus groups y del brainstorming serán aplicados con el fin de hacer un análisis DAFO que, como la sigla indica, busca identificar las debilidades, amenazas, fortalezas y oportunidades para un ámbito en concreto, en este caso el sector cultural del territorio de competencia.
El análisis DAFO debe tomar en cuenta el contexto en que el patrimonio cultural y la industria cultural operan y conectarlos al desarrollo territorial y a las políticas de valorización implementadas por la administración local. El análisis DAFO se debe aplicar para subrayar las fortalezas, las debilidades, las oportunidades y las amenazas en el sector cultural para luego «cruzar» los resultados para determinar las líneas del desarrollo estratégico.
La lectura «cruzada» de la matriz DAFO se debe presentar en un diagrama sintético junto con una descripción detallada.
8. Determinación de los factores clave en el diagnóstico
Una vez realizado el análisis territorial habrá que proceder a detectar los factores más adecuados para medir la oferta cultural y cuales, entre ellos, cabe modificar con el fin de dinamizar, mejorándola, la oferta misma.
Entre los factores que se pueden aplicar para medir la oferta cultural cabe destacar los siguientes:
las condiciones generales físicas de la localidad: su capacidad local/territorial, incluyendo también la accesibilidad (transporte), el clima, el coste de la propiedad, y la tasa de criminalidad;
las condiciones económicas y la composición de la población local: ingresos disponibles, nivel de formación, procedencia cultural, disponibilidad a participar en actividades públicas, etc.;
la capacidad turística: atractivos, hoteles, restaurantes, etc.;
la infraestructura industrial: relaciones comerciales existentes, conocimientos, capacidades, productividad económica;
la infraestructura específica de la industria cultural: artistas, productores, instalaciones, etc.;
las particularidades locales: nivel de distinción;
la «capacidad creativa»: el nivel de penetración de la tecnología, la capacidad de innovación, la existencia de talento y la diversidad disponible para su explotación —una parte está cubierta en la estructura industrial, la composición de la población local, y la infraestructura profesional.
Entre los factores que se pueden modificar para dinamizar la oferta cabe destacar los siguientes:
la mejora de la infraestructura: oferta de espacios, creación de distritos culturales, aumento del nivel profesional a través de la oferta de formación, etc.;
la implementación de incentivos para la creación, producción, y presentación: incentivos tributarios, «fondos de arranque» o «fondos semilla», subvenciones, becas, micro-créditos, préstamos, alquileres controlados/subvencionados, programas de residencia, etc.;
la adaptación del contenido de la oferta para adecuarla a la demanda: por ejemplo, a través de políticas culturales que reflejan los cambios demográficos o que corresponden a un estudio de mercado que indica las preferencias de los consumidores.
Entre los factores que se pueden aplicar para medir la demanda se indican:
las preferencias, la disponibilidad de tiempo y dinero, el nivel de participación cívica calculados según las tendencias de consumo, los niveles de ingresos, los niveles de formación, y también los índices de capacidad creativa;
las preferencias y hábitos de consumo por parte de los turistas.
Y, finalmente, entre los factores que se pueden cambiar para dinamizar la demanda se aconsejan:
las estrategias de marketing, incluyendo estudios de mercado e iniciativas para el desarrollo de audiencia;
las políticas de acceso para eliminar obstáculos que puedan inhibir la demanda;
los métodos para mejorar la proximidad: situar actividades relacionadas en el mismo lugar, por ejemplo, o situar actividades más cercanas a sus consumidores).
Proposiciones
Pero la gestión cultural no debe acomodarse acríticamente en oportunidades tecnológicas. No debiera aceptar como cambio devenido el escenario de la crisis neoliberal ni permanecer neutral o desdeñosa ante retos pasados de moda según qué insidia. Si bajo una óptica de individualismo el objeto de la cultura queda satisfecho en la necesaria libertad de opción, el enfoque social más básico sigue señalando que ese mismo objeto comporta un imperativo funcional: opción para ser más libres precisamente y para ejercer en mejores condiciones esa libertad. Entonces, y ya que la tecnología nos proporciona mejores herramientas, la cultura no puede descartarse entre las tareas de lo colectivo a efectos de dicha funcionalidad; pero además, como procedemos de una idea de bienestar que nos ha transmitido qué metas y qué renuncias hacen posibles una mejor vida en común, no cabe gestionar sólo desde los recursos obviando las circunstancias concretas en que la persona se sitúa en el conocimiento, en la cultura, en la trama de su sistema y en el abanico de sus expectativas.
Esto último implica para la cultura y su gestión la exploración de un contexto humanista que ubique al hombre en el centro de las cosas; aun asumiendo el problema de dilucidar qué implica humanismo en tiempos digitales: si sólo es una forma de crítica a la modernidad reciente o, como insinuaba Manuel Cruz, simplemente un objetivo del pasado con el que ahora se revela nuestra impotencia. Cabe pensar que en la contemporaneidad la cultura parece reclamar humanismo al tiempo que lo obstaculiza, lo percibe inhábil frente a las complejidades tecnológica y política; cultura y humanismo sugieren hasta ahora una desiderata cándida e impotente frente al desdén por el conocimiento gestado en la desigualdad sin retorno, en una desigualdad conectada, interactiva y cuantificable pero nunca presentada como frustración cultural —los «chavs» de Owen Jones—. Desigualdad que alimenta nuestra carencia de una «razón común», como ha señalado Antonio Campillo, con la que afrontar los retos y riesgos de vida, convivencia, libertad y supervivencia misma de millones de seres humanos. ¿Sería esa «razón común» el contenido primordial del humanismo de aquí en adelante, la manera de colocar al hombre, a la humanidad como eje de la cultura?
Y a su vez, ¿qué comprende ahora la humanidad? La suma diversa de la especie no puede abstraerse de sus logros como tampoco de sus errores. Gestionar cultura no puede atenerse a la celebración del homo sapiens ni del homo ludens hurtando analógica o digitalmente —tanto daría— las deudas de alienación que han desembocado en desigualdad, o proponiendo que sea viable el futuro devaluando e ignorando los aprendizajes intelectuales del pasado. Si la cultura se enfrenta hoy a una mundialización capaz de maquillar las improntas sociales, religiosas, políticas, laborales de una alienación globalizada, su gestión puede que tenga que retrotraerse a un romanticismo con el que desafiar al márquetin de verdades de esta otra —y cicatera— ilustración digital que nos ha traído hasta aquí. Humanismo entonces a la caza de razón común, como rebelión, con las «humanidades» pero sin academia astringente, con más Grecia y más Roma pero menos latín de tedeum. Humanismo como práctica ética en el conocimiento del hombre y su entorno, pero no como paradigma moral; sin mística ni clave trascendente, sin premisas crédulas en un bien absoluto llamado a suceder nunca. Humanismo con la persona y su libertad, de compromiso y no como asepsia ideológica esgrimida tantas veces.
Claro, se dirá, que una disposición humanista a salvo de chantajes éticos habrá que saber en qué tesitura, qué entorno y con qué recursos será posible. Por lo visto hasta ahora, nada parecido será viable en un sistema social y económico como el que hemos desarrollado y creído disfrutar, basado en lo que Pérez Yruela ha sintetizado como «la insaciabilidad de las necesidades». Si además dejamos correr la nefasta confusión de bienestar con democracia, y viceversa, la cultura seguirá siendo subsidiaria tanto para la sensación de confort personal como para la de convivencia, y un enfoque humanista de su gestión resultará prescindible si no inoportuno. La gestión del mercado del arte o las antigüedades, de las superproducciones escénicas o cinematográficas, de los grandes eventos, muestras y artificios varios, no necesitarán humanismo alguno en corto ni largo plazo porque la economía descontrolada, los frenos institucionales a las mayorías, las ententes mediáticas no habrán clausurado su modelo insaciable; en su derredor, las TIC harán innecesario el humanismo para el videojuego y la interactividad misma —las bazas populares del modelo— completando un círculo impenetrable: el de la cultura ascendida a la especulación. Su gestión será —ya lo es— mercancía optativa en escuelas de negocios.
A pie de obra el avance liberal, y especialmente en su versión thacherista, ha constreñido la expansión de la cultura y sobre todo ha minado en gobiernos y administraciones occidentales su oportunidad histórica y su viabilidad fiscal y financiera. Para esa contención ha sido esencial presentar la cultura local y barrial, la de infraestructuras de proximidad y la puesta en valor del patrimonio como gasto cuestionable del bienestar y como freno a la iniciativa individual o a un saludable emprendimiento privado. En ese gasto, no obstante, había estado la base de un crecimiento, descompensado por sectores sin duda, pero capaz de cimentar la simbiosis entre cambio social y crecimiento cultural —un desarrollo cultural concreto—, sobre la que fue madurando la gestión de cultura. Como el escenario genérico resultante, acrecentado por la crisis, es un retroceso neto de la oferta cultural y un empobrecimiento de los agentes, actores y empresas más cercanos a la ciudadanía, la polarización eidética entre una cultura «culta y tecnológica» y otra «trillada y estanca» ha tomado asiento para quedarse en la mentalidad de generaciones socialmente desubicadas y laboralmente abatidas: la tecnología habrá de ser su link con el conocimiento.
La cultura y su gestión, entonces, pueden acomodarse a una formalidad metodológica conocida o rebelarse con sus herramientas probadas y por descubrir. En el primer caso compondrá una gerencia más o menos eficaz de servicios y productos de un ocio en pronosticable descomposición. En el segundo, con similar materia prima desde luego, gestionar cultura puede jugar un papel en la recomposición del bienestar, en la devolución al ciudadano de su derecho a modernidad, a contemporaneidad; podría, en alternativa a foros virtuales y quién sabe si virtuosos, restablecer para las personas las letras y las artes como encuentro de ideas, de territorio y de tiempo. La cultura, sus símbolos, sus estilos caducos, sus hallazgos superados, podría redescubrirse en calidad de necesidad saciada desde la que el hombre, y la humanidad, consideren cuál vendrá a ser una razón común que reconozca errores e imagine cómo acertar la próxima vez.